En alemán, “hablar de Dios y del mundo” es una expresión idiomática que significa “hablar de todo un poco y de nada en especial”. Sin embargo, en este artículo no pretendo escribir sobre trivialidades, sino más bien compartir literalmente mis reflexiones sobre “Dios” y sobre “el mundo” con mis lectores.
Y es que hay tantísimas religiones y teorías distintas sobre Dios, sobre el sentido de nuestra vida en este nuestro mundo que es la Tierra y sobre lo que viene después de la muerte. Hay quienes creen en el Cielo y el Infierno y para algunos existe además el Purgatorio. Por otro lado, hay quienes están convencidos de que después de la muerte no hay nada y la vida se acaba. Una idea muy deprimente – pero por suerte vivimos en una sociedad en la que somos libres de decidir nosotros mismos lo que queremos creer.
Tuve una educación católica, mas no rigurosamente católica. Cuando uno nace en el Perú, normalmente es automáticamente católico y por lo mismo es bautizado, claro que con algunas pocas excepciones. Fui a un colegio laico, pero tenía clases de religión como curso fijo en el sistema escolar e incluso recuerdo muy claramente el día de mi Primera Comunión. Mis padres no eran ni religiosos ni agnósticos, siempre fueron simplemente personas buenas que conocen y respetan las convicciones morales de la sociedad y que nos educaron concorde a ellas. En cambio, mi abuelita sí era un poco más cucufata, aunque al igual que el resto de la familia, tampoco solía ir a la iglesia. Pero recuerdo que le gustaba rezar y que me enseñó una Oración al Espíritu Santo que me aprendí de memoria cuando era niña. Un día en mi adolescencia encontré en un estante de la casa un librito llamado Jesús, era la biografía de Jesús y me gustó tanto que lo leí varias veces. De algún modo, aquel librito me conmovió mucho y cada vez que llegaba al pasaje en el que Jesús era traicionado y crucificado, terminaba llorando…
Desde aquel entonces han pasado varias décadas y mi idea de Dios y mi forma de ver la religión han ido cambiando con el paso de los años. Ya no me considero católica ni tampoco cristiana, pero eso no quiere decir que no crea en lo Divino, en Jesús e incluso hasta en milagros. Y es que todos los días ocurren milagros (sólo hay que abrir los ojos para verlos), y en cuanto a Jesús, pues estoy convencida de que existió – aunque quizás haya sido “solo” un profeta. Pero debe de haber sido un profeta muy grandioso con un mensaje muy poderoso para que tantísimos millones de personas hasta el día de hoy, más de 2000 años después, sigan creyendo en él y festejando su nacimiento, su muerte y su resurrección – aunque lamentablemente, la mayoría parece no haber entendido nunca sus enseñanzas o se las han olvidado. Yo personalmente no pretendo para nada negar la existencia de Jesús, es más, lo considero un santo que nació con la misión de propagar bondad y valores morales entre los hombres.
Es una lástima que la religión sea instrumentalizada tan a menudo para ejercer poder, que el mensaje de la Biblia haya sido tergiversado en el transcurso de los siglos y que haya tantas guerras y se maten a tantas personas – supuestamente en nombre de Dios, o de Alá o como Lo quieran llamar – ¡y eso hasta el día de hoy y en pleno siglo 21! Considerando todo esto, no es de sorprenderse que cada vez más personas se aparten de la iglesia.
Sí, yo también me he apartado de la iglesia porque me he vuelto más escéptica a este respecto. Y debo reconocer que se me ponen los pelos de punta cada vez que alguien cree tener que convertirme y convencerme de sus propias creencias, exigiendo que me crea a ciegas todo lo que él (o ella) cree. ¡Siendo la fe algo tan personal, tan íntimo! Habiendo tantísimas posibilidades distintas de interpretar la fe, la religión y a Dios como cada quien lo siente. Y por eso me parece de gran importancia que todos respetemos las creencias de los demás en lugar de querer imponer a los demás sus propias creencias a toda costa. Claro que podemos conversar, compartir e intercambiar ideas – así como yo lo estoy haciendo ahora con estas líneas. Pero sin obligar a nadie a cambiar su punto de vista. Como dije antes: Por suerte (o mejor dicho “gracias a Dios”) vivimos en una sociedad y en una época en la que somos libres de decidir en qué queremos creer. ¿Y saben qué? También yo soy creyente, aunque para ti quizás suene como si no creyera en nada.
Puede que te haga gracia, pero, aunque me considero una persona bastante racional, también yo creo en Dios – a mi manera. Y también creo en milagros y en ángeles y – no te rías – hasta en “fantasmas” – pues fantasmas son espíritus, de cuya existencia no tengo ninguna duda. La pregunta es… ¿Qué es Dios para mí? ¿Dónde está? ¿Y qué pinta tiene? ¿Tiene aspecto de humano, es gigantesco o es solo tan pequeño o tan grande como tú y yo? Estas son preguntas que me he ido planteando una y otra vez durante muchos años, así como la pregunta sobre si hay una vida después de la muerte y si existen el Cielo y el Infierno.
Pero también me he preguntado a menudo si Dios realmente creó al hombre – o viceversa. Eso sonará como una blasfemia, pero considerando que Dios es omnipotente y que está en cada uno de nosotros, la idea no es tan descabellada. Claro que Dios existía ya antes que el hombre – sin duda alguna. Pero cuando sostengo que el hombre creó a Dios y no al revés, me refiero a la imagen que el hombre tiene de Dios. Con mayor exactitud a la idea de que Dios tenga el aspecto de un ser humano – y esta idea es para mí tan inimaginable que solo me la puedo explicar con la necesidad del hombre de ver a Dios a su propia semejanza – lo cual para mí es peor que blasfemia, lo siento.
Y es que Dios es algo mucho más grande que el hombre. Dios es (al menos así me lo imagino yo) la naturaleza – de la cual todos formamos parte. Y la naturaleza (y con ella todos y cada uno de nosotros) tiene algo bueno, algo divino. Y de la misma forma hay en la naturaleza – así como en cada uno de nosotros – algo malo, es decir algo diabólico. Dos polos opuestos que se complementan – como Yin y Yang. Claro que hay personas que tienen más de divino y otras que tienen más de diabólico, sin embargo, estoy convencida de que no hay personas exclusivamente buenas o exclusivamente malas – pues también las personas malas tienen algo de bueno, que a menudo no podemos ver porque su lado malo que predomina, lo oculta. Y ahora quiero ir aún más allá con mis cavilaciones y sostengo que las personas malas son incluso necesarias, que tienen su razón de ser y quizás hasta una misión. ¿Pues acaso reconoceríamos y apreciaríamos todo lo bueno si no conociéramos lo malo? Y por último, las acciones de las personas malas (o mejor dicho sus errores) están ahí para que aprendamos una lección – a través de la cual vamos mejorando cada vez un poquito más.
Pero claro que ésta es mi propia interpretación de Dios y aunque me encanta compartirla aquí contigo y mis lectores, repito que no quiero imponérsela a nadie. Todos somos libres de formarnos nuestras propias ideas – lo único que realmente importa es que sepamos reconocer los principios morales en los que está basado “lo bueno” o “lo Divino”, y que vivamos conforme a ellos. Esos principios son (entre muchísimos otros) el amor, el respeto, la tolerancia, la humildad, la generosidad, la caridad, la honradez, la fidelidad, la lealtad, la modestia, la amabilidad.
Yo pienso que todas las religiones tienen algo en común: Todas predican los mismos principios morales. O al menos ésa era originalmente su intención, solo que su verdadero mensaje muchas veces lamentablemente se pierde con tanta tergiversación, malinterpretación o afán de poder. Y por eso me he hecho mis propias ideas sobre las cuales hoy me ha provocado reflexionar.
Hasta aquí todo está muy bien. Pero ahora nos queda la pregunta sobre si hay una vida después de la muerte o no. ¿Qué piensas tú que te espera cuando se le acabe la vida a tu cuerpo? ¿Tú también crees que hay un Cielo y un Infierno? ¿O crees más bien en la reencarnación? ¿O eres de los que afirman que después de la muerte no hay nada y que todo se acaba? Y de ser así, ¿a dónde van a parar todos nuestros pensamientos, nuestras experiencias, nuestros recuerdos y sentimientos? ¿Realmente eso fue todo?
Disculpa, pero me es imposible aceptar esa opción para mí. No sabría explicar por qué, pero siempre he estado convencida de que nuestra alma sigue viviendo cuando nuestro cuerpo muere. También creo firmemente en la reencarnación, pero dónde y cuándo nos reencarnamos es un tema que siempre me ha dado mucho que pensar. Me gusta pensar que nuestra alma sigue viviendo y también que se reencarna – mas no inmediatamente. Yo creo que, antes de reencarnarnos, aún seguimos un tiempo en la tierra en forma de espíritus o quizás incluso de ángeles (aunque invisible para aquéllos que nos conocieron). Y esta idea se afianzó aún más cuando mi madre falleció, ya que después de su muerte he sentido su presencia muchísimas veces – no solo en los mismos lugares en los que yo me encontraba, sino también en mis sueños, en los que se me apareció más de una vez. Soñé mucha veces con ella y mis sueños eran tan hermosos y sobre todo tan reales que me era imposible creer que eran simplemente sueños “normales”. Mi madre me ha visitado de muy distintas maneras después de su muerte, de ello estoy convencida. Y un buen día, muchos años después de su fallecimiento, tuve una experiencia bien curiosa: Estaba en la sala cuando de pronto empecé a pensar muy intensamente en mi madre – así repentinamente y sin razón alguna. Y sentí una tristeza tan profunda que me puse a llorar. En ese momento supe que mi madre acababa de despedirse para siempre de mí y que nunca más me volvería a visitar porque le tocaba irse a otro lugar. Me imagino que se mudó a algo así como otro nivel, posiblemente para reencarnarse. Claro que, para mí, mi madre aún sigue aquí, porque la llevo siempre en mi corazón. Tengo muchos recuerdos hermosos de ella (y aquellos que quizás no fueron tan hermosos, los he convertido en mi memora en recuerdos positivos). Y la veo todos los días, cada vez que me miro al espejo en las mañanas, porque me le parezco tanto que no podría negar que un pedacito de ella sigue viviendo dentro de mí.
Un buen amigo de antaño estaba convencido de que somos solo materia y que después de la muerte no hay nada. Una idea muy triste que mi corazón se niega a aceptar. Así se lo dije en aquel entones, aunque claro que tenía que respetar su posición – ¿qué me quedaba? Mas cuando él enfermó gravemente y los dos sabíamos que muy pronto se iba a morir, le pedí que, en caso de que yo tuviera razón y su alma siguiera viva después de su muerte, me mandara una señal desde “el más allá”. Y desde ese entonces, muchas veces cuando estoy en mi cocina tengo la impresión de como si alguien estuviera de pronto allí parado atrás de mí, aguaitándome mis ollas. No sé si realmente se tratará de mi difunto amigo, queriendo darme la señal prometida, pero me gusta la idea. A veces incluso tengo la impresión de que me anda subiendo la temperatura de las hornillas, como un chiquillo travieso haciéndome una mala pasada. Pero así era Günter, muy chistoso y siempre dispuesto a hacerme reír. Y cada vez que siento su presencia, le digo ¡hola Günter!, y cuando me sube las hornillas y la comida se me quema, regaño con él – aunque nunca me molesto en serio. ¿Cómo podría enojarme con él si me está dando la señal prometida de una manera tan simpática?
¿Pero qué pasa cuando nuestra estadía en la Tierra se termina definitivamente – y ya no podemos seguir aquí ni en forma de fantasmas? ¿A dónde se va nuestro espíritu, a dónde nuestra alma? Aunque siempre he creído en la reencarnación, durante mucho tiempo fui tan ingenua como para creer que volveríamos a nuestro planeta Tierra que tan bien conocemos y que tan familiar nos es. También pensaba que el Cielo y el Infierno estaban aquí mismo, en la Tierra, y que cuando nos reencarnamos, volvemos a la Tierra, pero a un entorno feliz si nos merecemos el Cielo, o bien a un entorno menos agradable si lo que nos merecemos es el Infierno, para hacer penitencia y aprender a hacer mejor las cosas en una próxima vida. Pero esta idea ya la descarté. Una vez estaba conversando con unas amigas sobre la vida después de la muerte cuando una de ellas dijo: “en la reencarnación sí creo, ¿pero por qué habríamos de volver a la Tierra otra vez?” Y cuando le pregunté: “¿Y si no es a la Tierra, a qué otro lugar?” A lo que ella me respondió: “Pues a otro nivel, claro está”. En un primer momento me pareció como si estuviera hablando de un nuevo “level”, como si estuviéramos hablando de un juego de computadora – pero me dejó pensando. Y luego vino un día mi hijo y me enseñó un vídeo fascinante en YouTube: „10 Scary Yet Beautiful Facts About Space & Us“ que me hizo tomar consciencia de lo minúscula que es la Tierra comparada con otros planetas o con nuestro sol, de cuán insignificante es nuestro sistema solar comparado con otros sistemas solares que son millones de veces más grandes que el nuestro, y de cuántos billones y trillones de sistemas solares y galaxias hay en el universo… Me venció una gran humildad al tomar consciencia de la infinidad del universo y entonces me percaté de lo arrogante y presuntuosa que había sido todo ese tiempo al reducir las posibilidades para una reencarnación a la nimiedad de la Tierra. (Sin embargo, en ese momento entendí por qué la Biblia habla del “Cielo” en el sentido de un lugar que está fuera de nuestro alcance… y quién sabe, quizás al hablar del Cielo hasta se refiere a otra galaxia – ¿por qué no?)
Como quiera que sea – aunque yo tampoco sé a dónde nos llevará nuestro último viaje – que probablemente tampoco será el último – lo que sí sé es que simplemente creo en una vida después de la muerte, por lo cual no tengo miedo a morir (aunque claro que todavía no estoy dispuesta y pienso que me falta mucho para ello, ya que todavía tengo muchas cosas por hacer en esta vida). De todas formas, estoy convencida de que, al morir, primero seguimos viviendo sin espacio ni tiempo en una especie de mundo paralelo, flotando libres de nuestro cuerpo, de la gravedad y de las ataduras de la sociedad…. Y luego volvemos a tomar forma y a nacer – sea en esta Tierra o en otro nivel, en otra galaxia o en un mundo invisible para nosotros… ¡pero nuestro espíritu y nuestra alma siguen viviendo! Parcialmente queda un pedacito de nosotros aquí en la Tierra (en nuestros hijos y en nuestros actos y obras que estamos dejando aquí) y parcialmente en otra dimensión, aún desconocida para nosotros, y que me interesará mucho conocer algún día cuando me toque el turno. Pero para eso todavía falta mucho (muchísimo) tiempo, pues como ya les dije: Todavía tengo muchos planes aquí en la Tierra, como por ejemplo escribir muchos más artículos para mi blog, viajar a otros países, conocer a más gente y otras culturas que con garantía habrán de enriquecer mi alma.
Pero claro que estas son mis propias ideas y cada quien es libre de creer en aquello que más plausible le parezca…
¿Y en qué crees tú? Si te provoca compartir tus ideas y reflexiones conmigo y mis lectores, ¡no dudes en dejarme un comentario!
Con muchos saludos filosóficos
Evy ❤
Y aquí el artículo en alemán / Und hier der Artikel auf Deutsch: Über Gott und die Welt
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